El bosque profundo le hizo recordarlo y, en eso, se vio obligado a pausar; el aliento trémulo se partió en pedazos contra las tinieblas. La palabra resonó larga, pausadamente; con cada eco se roba una parte del dulce cantar.
«Val... thee...»
Antes del ocaso, el bosque vivía; la presa añorada huía ante el reflejo de la punzante daga. Pero al anochecer la penumbra predomina, los árboles se le enciman, encerrándole en la oscuridad y el metal, antes aliado, se enfría como queriendo probar la propia carne.
La rama bajo sus pies cruje y desde las sombras voltean a mirarle; se sabe desconocido, intruso del lugar. El corazón retumba y la palabra resuena como un llamado lejano: «Valtheeriond». Ha sido convocado, puede que cada vez esté más cerca. «No puede ser real... solo se espantan a los filund». Pero desde hace largo tiempo que no es un niño. Entonces el bosque se paraliza. Y un ruido sordo llega de la distancia, una pata que sostiene un gran peso, la caída de humo del pelaje de su lomo: más denso que la niebla, más infeccioso que las plagas en las cosechas. Una segunda pata, otra caída de humo arenoso. Un resoplo de sus fauces, hambriento de carne muerta. «Se aproxima». ...
Volteas en todas direcciones, pero las garras de los árboles te han encerrado. Estás en el lugar de su banquete. Caminas en una dirección y tu pie quiebra algo; la oscuridad es demasiada que no puedes ver si se trata de una rama o un montón de huesos.
De repente, es difícil respirar por el humo que ha caído de la montaña. Sus resoplidos mortecinos te cubren los oídos; no es escucha más. No debiste dudar de la leyenda, no debiste entrar en el bosque profundo.
Ahora te está contemplando desde el borde del páramo.
Hace años que dejaste de ser niño, pero te incas, te tapas las orejas y le imploras a los dioses que desde joven olvidaste.
Capítulo 2. Edolrond y Argorint tienen el linaje de los Dioses. Desde su nacimiento los miembros de la Orden lo han sabido. Por eso, esperan al momento en que tengan la madurez para convertirse en aprendices, para mantener la Armonía en el mundo, con un artefacto al que muy pocos pueden acceder, pues controla los poderes del mundo.
Capítulo 4. Es el día de luchas en el Lugar de las Asambleas. El joven Belard se enfrenta a chicos de su edad, saliendo vencedor. La última lucha lo deja mareado, casi noqueado. Y quien lo ayuda es alguien con los dones para percibir la fuerza de su llama interior.