La Desdicha del Noble y la Caída del Guardián

Capítulo 2: Las primeras lunas
Los Filontred crecieron juntos bajo el cuidado de cada Felliand en Tafengaur. De críos fueron inseparables, no podía estar apartado el uno del otro y se complementaban entre ellos. Pero pronto llegó el día en que su comprensión del mundo se hizo más clara, sus personalidades se definieron —astuta y templada la de Argorint; rebelde y curiosa la de Edolrond— y comenzaron a competir entre ellos.

—¡Filund, alto, vengan acá! ¡Por los Dioses, no me quieren ver enfadada! —les gritó Maelis, la educadora del pueblo, pero los hermanos no hicieron caso, persiguiéndose entre ellos con espadas de madera que apenas podían cargar.

—¡Ven aquí, montaña de estiércol! —gritó Edolrond, cansado de blandir la espada, pero Argorint se le escabullía.

Pasaban corriendo al lado de Felliand, ocupados en sus trabajos y tareas. Argorint se ocultaba detrás de estos y no aguataba la risa cada vez que lograba esquivar de nuevo a su hermano.

—¡Alcánzame! Eres igual de lento que un gusano de tierra —lo provocó.

Edolrond estuvo cerca, pero no lo logró. Lanzó un grito frustrado y Argorint río, dejándose perseguir. En una ocasión, tras doblar en una esquina, hizo trastabillar al Noble, cayendo contra un Felliand, tirándole las canastas de semillas que cargaba.

—¡Ey, filund! —exclamó el Felliand.

Argorint no pudo aguantar la risa y Edolrond fue tras él, enfadado.

—¡Deja de huir! ¡Eres un cobarde! —el Noble se detuvo, frustrado y cansado.

Argorint se le acercó.

—Venga, ataca —alzó la espada.

Edolrond lanzó la primera estocada, detenida con facilidad por su hermano. Las siguientes que vinieron también fueron detenidas sin dificultad. En una de esas, Argorint esquivó la espada por debajo y dio con la suya en el culo de su hermano, lo que le causó mucha gracia. Sin embargo, reír lo dejó sin aire y mal parado, por lo que Edolrond pudo acertar una estocada dolorosa en sus costillas.

—¡Ja! ¡Estás muerto, montaña de estiércol! —exclamó, liberando toda esa frustración, con afán de molestarlo—. ¿Qué haces? ¿Por qué no sueltas la espada? Estás muerto, te he ganado.

—Y tú no podrás volver a sentarte en la vida, pues tienes el culo cortado —replicó—. No estaba peleando de verdad, si lo hiciera perderías en un parpadeo. Pero eso sería muy aburrido, pues no podría reírme.

—Te he ganado, acepta que soy mejor que tú —dijo Edolrond—. Incluso he nacido primero que tú.

—Pelea otra vez, ahora hagámoslo en serio —repuso, poniéndose serio.

—Has perdido, acéptalo.

—Si de verdad eres mejor que yo, volverás a ganarme —insistió Argorint y eso convenció a su hermano.

Volvieron a pelear. Edolrond ya estaba muy cansado, pero su orgullo le dio más confianza de la adecuada. A la primera estocada sintió el brazo débil y, de repente, su hermano se volvió muy ágil. El Noble se defendió, sin dejar de retroceder y sin posibilidad de lanzar un ataque. Argorint pudo haber superado su defensa y acertar varias estocadas, pero golpeó su espada sin parar, hasta que lo hizo tropezar de espaldas con una carretilla.

Antes de que se pudiera levantar, el Guardián ya estaba con su espada sobre él.

—¿Quién es mejor ahora? —inquirió Argorint con una sonrisa.

Inesperadamente, Edolrond jaló la espada de su hermano y este cayó encima. Empezaron a revolcarse por la tierra, hasta que ambos quedaron agotados, dejando de pelear.

—Solo has ganado porque he tropezado con la carretilla —dijo el Noble.

—Has tropezado porque no dejabas de retroceder, ya lo tenías perdido, gusano de tierra —replicó el Guardián.

—Esa no es una victoria. Además no cambia el hecho de que he nacido primero que tú, soy superior a ti.

—Puede que hayas nacido primero, pero yo soy mejor con la espada que tú —repuso Argorint.

—Eres demasiado débil, te da miedo dar golpes de verdad, poque a ti te tocó el linaje de Ingrid —dijo Edolrond, sin pensar sus palabras. Podrían haberlo herido, de no haber sido porque quiso creer que esa no era la intención de su hermano.

—Y tú tienes la mente de una cabra que golpea su cabeza contra un árbol sin parar —replicó de inmediato.

Los Filontred se miraron. Los ojos de Edolrond mostraron el color del pelo de su hermano y viceversa. Parecía que volverían a pelear, pero de repente empezaron a reír.

Así terminaban todas las peleas. Eran como las Estancias del Orkentros, como el Orden y el Caos o el Sol y la Luna, contrarios, pero necesitado uno del otro. Sin embargo, su orgullo crecía con cada día y los juegos se convertían en competencias más serias por ser mejor que el otro.

—¡Filund! —Maelis por fin los encontró. Ya agotados, tuvieron verdadero miedo por haberla desobedecido. Era una Felliand ya mayor, pero se mantenía en muy buena forma—. ¡Si supieran lo mucho que han molestado y todo el caos que han provocado!

—No, Maelis, ha sido solo un accidente…

—No era una nuestra intención…

Dijeron los dos, mostrando las manos, en ademán de inocencia. Maelis por fin llegó a ellos, los tomó de las orejas y se les llevó, uno de cada lado.

—Sigan desobedeciendo y les crecerán las orejas hasta que todo el mundo y los conozcan como “los murciélagos”. ¿Quieren eso?

—No, Maelis, lo sentimos —respondieron los dos, sin poderse librar de sus manos ni de las miradas y risas de todos los Felliand de camino hasta la sala de los filund.


El mundo se mantenía en armonía y en la Orden del Orkentros había tranquilidad. El único rastro que quedaba de Vilgel era la nieve en la cumbre de las montañas, la naturaleza volvía a resurgir esplendorosa y los Baldkeres daban inicio a sus viajes por todo Ternaberek, por los numerosos pueblos de los Felliand y los Reinos de los Hombres.

En la cámara principal de la Orden se reunieron los Visader.

—Hemos cuidado de cerca a Edolrond y Argorint, y hemos sido pacientes —dijo Foer Laonen—. La mayoría de nosotros ya hemos tenido este presentimiento. Maelis ha hecho un buen trabajo educándolos en sus primeras lunas; es una de las pocas Felliand que no se intimida ante su linaje y que ha sido dura cuando era necesario. Nos ha dicho que los Filontred tienen una fuerte llama interior, haciéndolos más inteligentes y fuertes que cualquier otro ser Pleno a su edad. Por eso son impulsivos y desobedientes, pero accesibles en los momentos de tranquilidad, cosa que podemos aprovechar. Sin importar que apenas sean unos filund, me atrevo a decir que ha llegado el momento.

—Llevamos esperando luna tras luna desde el día de su nacimiento —dijo Veltan Alenker—. Ahora que empiezan a comprender el mundo, podemos prepararlos para el propósito de su vida, enseñarlos a mantener la Armonía en el mundo sobre cualquier cosa. Pienso lo mismo, ha llegado el momento.

—¿Y qué pasa si no aceptan? —inquirió de repente Olva Asevald—… Pueden mirarme de la forma que quieran, pero debemos contemplar todas las posibilidades. ¿Qué pasa si no aceptan el destino que les estamos trazando?

—¿Por qué se negarían? —cuestionó Alenker—. Es lo más alto a lo que cualquier Hombre o ser Pleno podría aspirar en el mundo, es tener control sobre el destino del mundo.

—Eso es lo que me preocupa, entregarle semejante poder a uno de los Filontred que cumplirá la profecía.

—¿Cuál podría ser un destino mejor para el mundo que ese, Olva? —replicó Laonen impaciente—. Tienen el linaje de los Dioses, su destino no está trabajando en los campos ni en una ocupación similar. ¿Podrían convertirse en Baldkeres? Sí que podrían. Pero así estarían lejos de nuestra mirada. La mejor posibilidad es formarlos como miembros de la Orden, donde más cerca los tendremos, donde mayor abundancia traerán al mundo…

—¡Está bien, está bien! —le cortó ahí—. Me has convencido, no aplacemos más las cosas que el destino nos apremia —dijo sarcástica.

Laonen se quedó callado, mirándola.

—Las palabras de Asevald son ciertas y debemos tomarlas en cuenta —intervino Hemla Lorkaen—. Estamos viviendo días de grandeza desde el nacimiento de Edolrond y Argorint, pero es cuando más debemos cuidar de la Armonía.

—Tienes razón, Hemla —repuso Laonen, significativamente.

Superada la tensión, el resto de Visader se mostró a favor de lo acordado, pero con falta de entusiasmo, contrario a la grandeza que mencionó la encargada de la Estancia de la Luna.

—Bueno, la decisión está tomada. Hagan venir a la Orden a los Filontred —ordenó finalmente Laonen.
Autor
J. R. Güemes
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Sombras del Caos
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Hijos de Dioses

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