El Despertar de la Llama Azul

Capítulo 4: Día de Luchas
Entre el bullicio de la gente, llegó a mis oídos el eco de un trueno. Miré en dirección al norte, hacia el Colmillo de Gigante cubierto de nieve, oculto su pico por las nubes. Desde la mañana el cielo se mostró gris y la lluvia no dejaba de caer, pero eso no impedía que el festejo continuara dentro de la Orkleset.

De repente, se vitoreó a alguien que ya había sometido a su contrincante para ganar la lucha. Ambos salieron, uno de ellos con semblante victorioso, y les entregaron un cuerno de cerveza que se bebieron de un trago. Por eso, los gritos y aplausos aumentaron.

Entonces el que regulaba las luchas se me acercó.

—¿Estás listo?
Asentí, me quité la camisa y las botas, quedando solo en mi pantalón. Me dirigí al centro, pero antes me detuvo un hombre grande y fornido, también sin camisa.

—Todavía no está listo —con semblante serio me entregó su cuerno—. Bebe —di un trago que hizo arder mi garganta y me quitó el frío del cuerpo—. ¡Hidromiel, la bebida de los Dioses! —exclamó satisfecho y me empujó con ímpetu—. ¡Vamos, ahora lucha!

Mi primera lucha la tuve por la mañana contra Finan y perdí, solo porque era más alto y tenía más fuerza en las piernas, aunque no le fue nada fácil, debo decir. Tuve que salir del centro y fue hasta ahora que regresé para buscar mi primera victoria.

Delante se me puso un chico de Bludomis, de la misma edad y altura. No paraba de mecerse de adelante atrás y de mirarme los pies. Mi derrota de la mañana me tenía falto de confianza, además de que me ponía nervioso el que no parara de moverse. Hizo ademán de correr hacia mí e impulsivamente salté hacia atrás, lo que provocó varias risas, entre ellas la del chico. Esto me enfadó e hizo que me olvidara de los nervios.

«Ya, no más juegos», me dije y para mí no existió otra cosa más que esta lucha.

Me quedé quieto, esperando como hacía Larenred conmigo. El chico fingió correr otra vez, pero no sirvió de nada. Tras un titubeo, por fin corrió y se lanzó a mis pies. Yo esperé hasta el último momento, aproveché su impulso, salté, lo empujé hacia abajo y cayó al lodo en lugar de atrapar mis pies. Entonces me abalancé sobre él y desde ese momento estuvimos forcejeando y revolcándonos entre la tierra húmeda, yo con la ventaja, hasta que lo sometí y no se pudo mover más.

Las personas de alrededor vitorearon y me felicitaron, entre ellas mi hermano. Después, el chico y yo chocamos las manos en un gesto de respeto.

El próximo contrincante fue Edric, mi otro primo. Lo veía con la intención de repetir lo mismo que hizo su hermano; hasta lanzó un comentario burlándose, el cual ignoré. Su edad y altura le daban una ventaja sobre mí, pero yo contaba con más agilidad y la experiencia de dos luchas previas.

Frente a frente, los dos esperábamos. De repente el cielo retumbó, Edric se distrajo, corrí hacia él, me barrí, atrapé su pierna y lo tiré hacia atrás. Pero se levantó y tomó distancia antes de que pudiera intentar someterlo. Así estuvo la mayoría de la lucha, alejándome con sus brazos más largos y tratando de tomarme desde atrás. Resultó que Edric no era muy buen luchador como su hermano. Al final, haciéndolo tropezar otra vez y torciéndole el brazo pude someterlo para ganar la segunda lucha.

Abandonó el círculo de luchas sin la arrogancia con la que llegó. Tras las felicitaciones, esperé al siguiente contrincante. Mi respiración estaba agitaba y ya sentía pesados los brazos, pero todavía tenía mucho que dar. Además estaba motivado por las dos victorias.

El cielo volvió a retumbar y comenzó a caer lluvia más fuerte. Entonces delante de mí se preparó Fuldor Rinkared, habitante también de Vervord, uno o dos años mayor que yo y el que era nieto de Guldar Rinkared, el Luhren más influyente de nuestro pueblo. No se notaba arrogante, pero la expresión que me dirigía era fría, como si mirara a un enemigo.

El que regulaba las luchas gritó y Fuldor se lanzó de inmediato hacia mí, poniendo todo el impulso sobre su hombro. Contuve el golpe difícilmente y lo tomé desde atrás para tirarlo de espaldas, pero se agitó con brusquedad, liberándose. Después estábamos forcejando juntos, cuando me tomó de una pierna, resbalé y caí. Se puso sobre mí para someterme. De repente, con toda la intención, me golpeó con su codo en la boca. El dolor hizo que me perdiera por un segundo, el ruido se hizo lejano, probé sangre y me di cuenta de que Fuldor tenía aferrados mis brazos para ya inmovilizarme. Regresé del todo, lo alejé lo suficiente con mis rodillas y con mis pies lo lancé sobre mí, como hice con Larenred hacía dos días, pero con más fuerza.

Los espectadores exclamaron impresionados al verlo volar. Ambos nos levantamos como pudimos, lastimados y cubiertos de lodo. Fuldor tenía una mano puesta en su espalda, con la que cayó. Me miró con odio y yo le devolví la mirada, sin comprender cómo habíamos llegado a esto. Corrimos, chocamos duramente, nos caímos por diferentes lados, fui más rápido que él y traté de someterlo por la espalda. Entonces, lanzó su cabeza hacia atrás y pegó con mi nariz. Como reacción, lo empujé lejos de mí. Me sorprendió que nadie interfiriera. Al contrario, los gritos aumentaron.

—¡Lucha con honor, bestia! —le grité.

—¡Te voy a someter o terminar de romper la cara, malnacido! —fue su respuesta.

Corrió hacia mí y por un segundo las cosas se hicieron más lentas. Vi a su brazo, con el puño apretado, tomando impulso hacia atrás. También me pareció escuchar gritar a Larenred. Todo regresó a la velocidad normal. Esquivé el golpe, le di un rodillazo en el estómago y un golpe en el pómulo que lo dejó desubicado. Finalmente lo empujé con mi pie, antes de que intervinieran y nos separaran. Fuldor se levantó a los pocos segundos y se lanzó contra mí, pero no se lo permitieron.

—¡Suficiente! —dijo el que regulaba las luchas, eufórico, en medio de nosotros—. ¡Salgan, costales de carne! ¡Qué buena lucha, pero ninguno es el ganador!

—No hemos terminado —se quejó Fuldor.

—¡He dicho que salgan! —replicó el mismo hombre con brusquedad.

Terminada la lucha, vino todo el dolor a mi boca y nariz. Quise palparme para saber si sangraba, pero me empujaron hacia afuera sin consideración. Caí y otros me levantaron de los brazos. Entonces una chica de ojos verdes con cabello rubio se aproximó a mí. Mostró un cuerno frente a su rostro e, impacientes, los hombres me lo pusieron en la mano y me hicieron beber sin respiro. Al terminar, estaba mareado, adolorido y sin nadie en quien apoyarme.

Sentía que iba a caer, pero la chica no se apartó, me sostuvo del brazo y el cuello. Sonrió y me dijo su nombre al oído. Después me dio un largo e intenso beso en los labios, que se sintió como si me lo diera un ser mágico del bosque.

—Me encantan los hombres que acaban de pelear y el sabor a sangre y el sabor a cerveza —dijo cuando se separó.

Se dio la vuelta, agitando su pelo rubio. A pesar de sentirme mareado por los golpes y la cerveza, la sensación de mis manos sobre sus caderas, su nombre y el sabor de ese beso jamás lo olvidaría. Entonces la luz se cubrió de sombras y me desvanecí.


Cuando abrí los ojos, no sé si mucho o poco después, estaba en el suelo, con la lluvia cayéndome en el rostro y mi hermano hablándome.

—Belard, Belard… Ey, Belard… Te sangra la nariz y la boca. ¿Estás bien? ¿Se te rompió algo?

—Creo que no, solo duele… No es nada.

—¡«No es nada»! —exclamó riendo, poniéndome una tela en la nariz—. Solo te desmayaste y quedaste aquí tirado. Lo que pasa cuando te dejo de ver por un segundo.

—Calla, costal de carne. Fue el golpe en la nariz y esa maldita cerveza —sentía un gran dolor en la cara y la cabeza.

—Fuldor no luchó con honor, ¡pero cómo te defendiste tú! —movió la cabeza de un lado a otro, fingiendo que esquivaba—. Creo que tienes la fuerza del wegier, eh.

Me reí, pero me volví a tirar en el suelo porque no podía con el mareo.

—¡Larenred, ¿qué haces?! ¡Necesita lavarse, ropa seca y ungüento! —Fira, la esposa de mi hermano, lo regañó, lo hizo a un lado y me comenzó a palpar la cara, ignorando mis quejas. Estaba inclinada hacia adelante y me quedaba a la vista su escote, el cual miraba tratando de no hacerlo muy obvio—. Nada se ha fracturado, solo se te ha roto el labio y te sangra la nariz. Quédate aquí, Belard. Esposo, consigue agua e hidromiel, yo voy por telas y hierbas.

Se fueron y me dejaron aquí, con el dolor y los mareos aumentando.

Escuché gritos de festejo y pensé en todo lo que había pasado en un pequeño momento. Empecé a pensar que estaba en un sueño, pero todavía faltaba más.

—Belard, ¿te encuentras bien? —preguntó una voz medio ronca de mujer.

Me levanté y tardé unos segundos en identificar el rostro. Ante mi estaba una mujer de pelo gris, de ojos claros azules y complexión delgada.

—Sabes mi nombre… —le dije—. Yo te he visto. Tú estabas en la asamblea, entre los Luhren. Tú eres la única Líder de Zadirfa.

—Sí, soy esa persona. Puedes llamarme Kalevi —sonrió gentil—. Un lado de la cara se te está poniendo de color. ¿Puedo? —dijo, hincándose y tomando mi rostro.

—Debe ser el lado que me duele más.

—¿Duele? —inquirió palpando.

—Sí… sí, en la nariz más —dije, intentando apartar la cara.

—Lo siento. Resiste un poco, solo estoy asegurándome —dijo con sutileza—. No esperes el pinchazo del dolor, piensa en otra cosa… —no pude evitar soltar una queja cuando volvió a palpar—. Dime, ¿alguna vez has visitado Zadirfa? —yo negué con un ruido—. Claro, antes no nos habíamos visto, no podría olvidar a alguien con una llama interior como la tuya.

—¿«Llama interior como la mía»?

—Sí. ¿Sabes?, Zadirfa no es como los otros pueblos, algunos ahí tienen el don de ver más allá de las cosas y tu llama interior tiene gran fuerza, puedo darme cuenta.

—Zadirfa es el pueblo de la magia —me recordé. Entonces, no se por qué, hice la siguiente pregunta—. Kalevi, ¿en tu pueblo conocen las Rogulkes?

—Sí, las conocemos. Son muy antiguas y solo se recuerda el significado de muy pocas. Hay Rogulkes de la riqueza, de la tormenta, del orden, del hielo y otras más —respondió con naturalidad—. Yo conozco unas, algunos conocen otras.

—¿Es verdad que con ellas se puede controlar el destino?

—Sí, es verdad —respondió tras pensarlo un instante—. Es un poder que muy pocos conocían; solo los que tenían una llama interior con la pureza del filund, la intuición del sojlenn, la fuerza del wegier y la valentía del Guardián podían conocer los misterios de las Rogulkes para controlar el destino y las fuerzas del mundo —de varios bolsillos empezó a sacar frascos, flores y plantas—. Debo tener por aquí lo que busco… Hace miles de lunas las Rogulkes y la Joya se usaban para mantener el orden en el mundo y contener a las Sombras del Caos. Pero hoy, Ingrid es la que se encarga de proteger la Armonía.

—¿Y qué pasó con el poder de las Rogulkes? ¿Se perdió cuando se extravió la Joya?

—No, todavía tienen poder y funcionan si son trazadas de la forma correcta y con la intención adecuada. Yo no, pero unos pocos en Zadirfa deben saber cómo se deben trazar y con qué fin… Además, la Joya está destinada a volverse a encontrar, como con todo lo que se ha extraviado… ¡Aquí está! —exclamó encontrando lo que buscaba—. Mastica esto y escupe después de un rato —me metió unas hojas a la boca—. Su sabor es agrio, pero quitará tus mareos —después se levantó—. Sanarás más pronto de lo que esperas, pero debes ponerte algo frío en esos golpes.

—Kalevi, ¿entonces la Joya realmente existe?

—Si existió el Rogen Andored, también la Joya. Tú lo cantaste ayer, ¿recuerdas?

—¿Y en dónde está? ¿Es cierto que le fue entregada al Rogen Andored y después la devolvió?

—Hay una leyenda que con el tiempo Ertudom la ha olvidado o la ha cambiado, pero Zadirfa es bueno recordando. Y cuenta que la Llama Azul nos guiará a la Joya perdida cuando las Sombras del Caos se liberen de Geludom y la Armonía tenga que ser reestablecida.

—¿La Llama Azul? ¿Pero no es la que el Desleal…?

—Los tres hermanos Foreront forman parte del mismo fuego, ¿no es cierto? —me cortó—. Que la Llama Roja te guíe en el camino —dijo risueña y se marchó.

Le agradecí con un ademán cuando ya se había alejado. Momentos después, cuando ya se habían pasado los mareos, llegaron Fira y Larenred para llevarme a nuestro campamento. Me lavé porque estaba cubierto de lodo y me puse ropas gruesas, pues la temperatura estaba bajando.

Al atardecer, cuando ya estaba recuperado, mi hermano se animó a luchar. Su físico era uno de los más imponentes entre los retadores e hizo justicia de eso ganando cinco luchas seguidas contra hombres de su misma complexión o más grandes. ¡Fue toda una hazaña, parecía que nadie podría contra él! A la sexta perdió tras un forcejeo largo en el suelo. Inmediatamente después de levantarse, le dieron un cuerno grande de cerveza que bebió como si hubiera tenido sed desde hacía cien lunas. Los espectadores lo ovacionaron gritando al aire: «¡Larenred “el justo”!».

Entonces nos fuimos a festejar y beber con nuestros amigos.
Autor
J. R. Güemes
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