23.06.2022

El Despertar de la Llama Azul

Capítulo 1. Camino a la Orkleset1
El Despertar de la Llama Azul
Estaba viviendo el Kaolieset2, lo que sería nuestra destrucción cuando los Dioses dirigieran su ira contra nosotros y la isla se cubriera de sombras. Pero en el momento más aterrador escuchaba la voz de mi madre recitando la canción de «El Sojlenn3», lo que me dio valentía.

«El sojlenn hizo un viaje por tierra. Al horizonte, a su barco se dirigía, pero antes debía pasar por un conjunto de pruebas.

»A hombres desdichados se enfrentó; trataron de robarlo, capturarlo y él se defendió. Si a ellos sobrevivía, sus armas y herramientas obtendría.

»Por una inmensa tormenta cruzó; tuvo varias caídas, pero siempre se levantó. Si a la tempestad sobrevivía, gran fortaleza conseguiría.

»Una terrible hambre y enfermedad pasó; estando débil, una mujer lo ayudó.

»Un largo invierno y oscuridad resistió;
al frío instalado en sus huesos con fuego superó.
Si a Vilgel4 sobrevivía, el sol de Blaufire5 lo recibiría.»

Antes de que pudiera finalizar la canción, me despertaron.
Ya los había escuchado. Todo estaba siendo levantado y empacado para
continuar el viaje. Debía de ayudar, sin embargo, deseaba seguir descansando. El
intenso frío de dormir a la intemperie y las numerosas pesadillas me habían hecho pasar
una muy mala noche.

—Hora de partir, Belard —me dijeron. Asentí con un ruido y seguí durmiendo,
solo unos minutos más. Mientras no fuera la voz de padre todo estaría bien.
De repente, el sentir que un insecto ingresaba a mi oreja me hizo saltar, lanzar un
zarpazo que golpeó a alguien y hurgar con insistencia en mi oído. Ahí estaba Larenred,
mi hermano mayor, tirado de espaldas por el golpe, riendo y con una rama delgada en la
mano.

—¡Maldita bestia! ¡Ojalá te entre un nido de pulgas mientras duermes! —lancé
una patada a una de sus piernas.

A poca distancia reían como imbéciles mis dos primos, Finan y Edric, poco
mayores que yo. Mi hermano se levantó y me empujó con sus largos y fuertes brazos
por la patada que le di.
—No seas un crío. Hora de irnos, ponte a ayudar o te dejamos con las sombras...
o todavía mejor, con el Valtheeriond6.

—Qué gracioso, costal de carne —dije mientras se alejaba.

Lo maldije en silencio, hirviendo de enojo.

El alba ya se podía apreciar en el horizonte. La luna, casi llena, todavía se
lograba ver clara y pronto se desvanecería con la luz de día. Era una mañana fría como
todas las de Ertudom, despejada y de colores apagados. Alrededor, los campamentos ya
estaban siendo levantados y la gente se alistaba para el segundo día de viaje. Siguiendo
el Nertiri —un río ancho y de corriente regular que cruzaba casi toda la isla y
desembocaba al sur, en el mar—, llegaríamos a la Orkleset, el lugar de las asambleas en
el corazón de la isla.

Me levanté y estiré con movimientos lentos. Guardé las cosas en mi macuto.
Después me dirigí a la fogata más cercana, donde conseguí lo sobrante de gachas y un largo trago de cerveza de alguien que había dejado su tarro. Tras esto, fui a ayudar con lo último, doblar las gruesas mantas y telas, guardar las cosas en los baúles, subirlos a las carretas y reunir el ganado. Cuando el sol lucía por completo en el horizonte, apenas calentando nuestras espaldas, partimos.

Éramos un grupo cercano a los sesenta. Todos veníamos de Vervord, uno de los
pueblos más grandes de Ertudom, ubicado al este, en dirección a la estrella Anforenn.

Había cinco Luhren7 entre nosotros, uno de ellos mi padre, Laren Fegant; el resto eran familiares, amigos cercanos y jenant8 . El propósito de la Orkleset era dar solución a los conflictos en la isla y discutir temas de gran importancia entre los Luhren, los Líderes de los nueve pueblos de Ertudom. Asimismo, se celebraría la llegada de Vilend9, el noveno ciclo lunar del año, para el buen crecimiento de los niños y la recolecta de las cosechas.

A mediodía, el grupo se detuvo en el valle Loteccos, un lugar abundante en
piedras oscuras de gran tamaño.

Mi hermano redujo la velocidad, dejando que siguieran avanzando su esposa,
Fira, de una enorme belleza, y los interesados de mis primos, para reunirse conmigo, que andaba hasta el final.

—¿Qué pasa, costal de carne? ¿Sigues enfadado por lo de la mañana? —yo fingí
seriedad, pero terminé mostrando una sonrisa—. Toda persona de los pueblos
descendientes de Rinkerfa que se dirija a la Orkleset se detiene en este valle a
descansar; Rinker Stegant, el primogénito del Rogen Andored, fue el que comenzó la tradición —me contó—. ¿Ya sentiste el viento soplar? —calló un instante; su cabello que llegaba a los hombros no paraba de ser agitado—. Se dice que en el viento los Roimones10 dan noticia de los conflictos para llegar preparados a la asamblea.

—¿Y qué dicen?
—Escucha... ¡Presta atención...! —exclamó—. Dicen que te cuides de hacer el
ridículo frente a los Luhren, que la vergüenza y la deshonra podría ser insoportable.

—¿Eso dicen, costal de carne? Más bien debes estar escuchando al duende que
habita en tu cabeza—lo empujé, pero era más alto y fornido que yo, así que apenas pude moverlo. Al contrario, él me empujó a un lado y me alejó varios pasos. Molesto, puse las manos en ademán de lucha y me hizo un ademán para que me detuviera.

—Si luchas conmigo quedarás en ridículo desde ahora.

—Esto no se va a quedar así —le advertí, bajé la guardia y rio.
Muchas veces me comparaban con mi hermano, decían que me parecía a él, pero sin la barba poblada, la altura y los músculos. A él lo conocían como “el justo”, por agradar a los Luhren desde su primera visita hace diez años a la Orkleset y, gracias a la influencia de padre, ya figuraba como candidato a convertirse en Líder, lo que le daría más importancia y rango a la familia. Y yo, solo era el menor de la familia, todavía sin una reputación, solo parecido a Larenred. Sin embargo, a pesar también de los fastidios,
lo amaba más que odiarlo, pues era el que más me comprendía.

—No escucho a los Roimones hablar —dijo, andando a mi lado—. Quizá si contara con la pureza del filund11 o la valentía del Torgen12... Pero sí sé que habrá un gran conflicto en la Orkleset. Los Luhren le tienen que dar solución a la enemistad entre dos familias.

—¿Qué lo provocó? —quise saber.
—Ya te enterarás mañana, pero me temo el más desagradable de los destinos.

Llegamos a un lugar donde había un par de rocas grandes acostadas y dos
troncos largos en los que nos sentamos. Las otras familias y sus cercanos se
acomodaron en otros sitios, a lo largo del valle.

Rápidamente, con la ayuda de los jenant, se acomodó leña, se encendió una
fogata al centro y la comida se puso a calentar.

—Los Dioses nos sonríen, no ha habido ningún imprevisto y antes del atardecer
estaremos en la Orkleset —comentó padre. Su nombre como el de mi hermano, pero sin el «red» del final. Era un hombre alto, de pelo recortado, negro y con algunas canas; lo mismo su barba, que cubría su mandíbula ancha.

—Te dije que todo estaría bien, esposo mío —replicó mi madre, Molind.
—No podía ser de otra manera. Además, Belard por fin podrá presenciar su
primera asamblea —dijo, alzando la voz—. ¡Traigan algo para brindar!
Madre hizo una seña a dos jenant que se apresuraron a las carretas. Así era ella,
firme y respetada, siempre mantenía el orden sin ostentación alguna; además de su enorme belleza, con sus ojos verdes y su cabello oscuro.

—Llevo mucho tiempo listo, padre. Si me lo hubieras permitido, pude haber
asistido desde antes —dije con una disconformidad presente desde antes.
Su semblante cambió a uno serio.

—Todavía no había llegado el momento, filund —inevitablemente se me calentó
el rostro por cómo me llamó, haciéndome sentir un crío—. Los que están presentes aquí asistieron a su primera reunión en la Orkleset cuando demostraron estar listos. Yo esperé un largo tiempo a que mi padre me llevará, ni siquiera me permitía hablar del tema.
Mira a tus primos, Finan y Edric han asistido apenas a dos asambleas.

Ni siquiera los miré, pues usarían eso para fastidiarme.

Se sirvió la cerveza, padre alzó su tarro, brindó por el orden y la armonía en
Ertudom, los demás lo imitaron —yo con desgana— y dieron un trago profundo.
—¡Ánimo, hijo! —me dijo Helmi, uno de los amigos de padre, de barba gris y
calva en la coronilla, sentado a mi lado—. «Se debe esperar hasta Laremat13 para zarpar, no antes». Mi primera asamblea fue cuando ya era todo un adulto. Me acusaron absurdamente de vender unos barriles de mala cerveza y también de haberlos robado.

¡Esos malnacidos querían que pagara diez veces su precio o que se cortara una de mis manos! Afortunadamente, tu padre me defendió y me permitieron demostrar que era inocente. ¡Aunque con gusto los hubiera desafiado a un duelo!

—Eso habría sido una decisión muy poco sensata, solo se habría derramado
sangre por una acusación injustificada —dijo mi padre.

—Laren tiene razón —dijo el hijo de Helmi, Elden, casi de la misma edad de
Larenred—. Además, no eres un wegier14, las únicas armas que has sostenido han sido para cambiarlas o venderlas.

—¡Cállate, filund, no vas a hablar por mí! —le recriminó y todos rieron, en
especial me causó gracia que le llamó filund—. En mi sangre está la de nuestros
antepasados, wegier que lucharon contra tiranos y bestias de las sombras. ¡Los
malnacidos que me culpaban tenían sangre de visula15! En un abrir y cerrar de ojos habría acabado con ellos.

—Sin embargo, no ha hecho falta —insistió mi padre.


Aun así, Helmi siguió refunfuñando a mi lado.

—Espero que por fin en esta Orkleset veamos correr la sangre —dijo Edric,
como si fuera le mejor ocurrencia del día.

—¡Oh, sí! Por los Dioses, deseo que eso pase —replicó su hermano, pero mi
padre reaccionó de inmediato.

—Finan, Edric, no se le pide sangre a los Dioses. Es el más indeseable de los
destinos y solo se recurre a esto como última alternativa para mantener la paz. Nadie pide que la sangre corra con un fin lúdico.

Bajaron la cabeza, fingiendo arrepentimiento, pero yo que mantuve la mirada en
ellos los vi mirarse con complicidad.

—¿Tú también comprendes, Belard?
Me quedé atónito, sorprendido de que se haya dirigido a mí.

—No importa qué conflictos haya en la asamblea, el orden y la paz deben
prevalecer a cualquier costo. Por algo la Diosa Ingrid16 salvó a nuestros antepasados del Kaolieset, nos ha dado esta segunda oportunidad y no debemos ser desagradecidos.
Recuerden esto, ya no son filund, ahora tienen que ser hombres; ignorar las leyes de la Orkleset sería elegir el caos y, por lo tanto, la oscuridad y la destrucción.

Yo seguía atónito.
Padre se levantó y se dirigió a un par de Luhren que lo llamaron.

—Siempre tengan esto en mente y los Dioses estarán a nuestro favor —dijo
madre, levantándose para acompañar a mi padre.

—¡Malnacidos Dioses! —le susurré a Larenred a mi derecha y Helmi, que me
escuchó, se atragantó con la cerveza—. ¿Hoy estoy manchado o qué? ¿Padre piensa que voy a traer las sombras a la maldita isla?

—Solo te está enseñando... —me dijo con tranquilidad.
—¡No me lo creo! —exclamé.

—Calla, Belard. Aprende y no te comportes como un crío —repuso.
No dije más, pero no estaba nada feliz con las malas expectativas que padre tenía
de mí y no se me ocurría cómo planeaba educarme así.

Cuando finalizamos de comer, padre dio la orden de continuar con el viaje.
Alcé la vista al cielo azul opaco, con grandes nubes vagabundas. Al norte de la
isla, en dirección a la estrella Nartedenn, se veía con claridad la montaña, el colmillo de gigante cubierto por nieve. Nadie se dirigía a la montaña ni al bosque profundo, a menos que tuvieras la mente cubierta de sombras y quisiera encontrar una muerte indeseable.

En las demás direcciones, además de valles, llanuras, ríos y bosques, solo se veía el horizonte que hacía recordar al infinito océano que rodeaba la isla.
Llegamos a la Orkleset cuando el sol se estaba poniendo. Como me anticipó mi
hermano, lo primero que vi a la distancia fueron ocho grandes monolitos dispuestos en forma de círculo. Alrededor se levantaban los campamentos de otros pueblos y en el costado contrario, el Nertiri bordeaba el lugar de las asambleas fluyendo hacia el sur. El gran grupo de Vervord se detuvo en un espacioso lugar y nos comenzamos a instalar.

Cuando el sol comenzó su lento descenso, mientras terminaba mis tareas, vino
Larenred conmigo —ahora llevaba puesto su más formal y ancho abrigo de piel— y me pidió que lo siguiera. Titubeé un instante al ver hacia donde se dirigía, pero me mantuve cerca de mi hermano. Cada vez nos acercábamos más a la Orkleset, hasta ya estar ahí.

Ocho monolitos de piedra, como tablillas rectangulares enormes y pesadas en las que estaban escritas las leyes de Ertudom, se erguían sobre la tierra, haciendo una forma circular.

Antes de ingresar, Larenred desenfundó su daga del cinturón, otra más corta de
la bota y las dejó en el suelo. Después volteó a mirarme, que permanecía en el borde del círculo.

—Puedes entrar, costal de carne —se rio—. Es la Orkleset —abrió los brazos—,
cualquier persona de Ertudom puede hacerlo. Eso sí, sin armas.
Desenfundé una daga simple que portaba conmigo y la dejé junto a las de
Larenred.

—¡Ey! No des un paso más sin antes dejar esa daga escondida en el pantalón, no violes la ley —dijo, aparentando seriedad y señalando a mi entrepierna—. Sé que está ahí.

Con el ceño fruncido, alcé las manos en ademán de inocencia y pasé a hacerle un gesto obsceno.

—Este es el lugar en el que se resuelven los conflictos, si tienes un problema ven aquí —me provocó, golpeándose el pecho y aguantando la risa.
Por fin entré. Larenred dio pasos hacia atrás para darme espacio, aunque ese
sobraba. Caminé hacia el centro del círculo, volteando a las ocho direcciones. Por dentro, los monolitos tenían un trazo grande, distinto cada uno, que solo había visto pocas ocasiones en amuletos o piezas.

—¿Qué tipo de ulkes17 son estas? —pregunté.
—Estas son Rogulkes18 —dijo engrandeciendo la voz—. Son tan antiguas que se
ha olvidado lo que significan, pero con ellas el mundo ha tenido orden desde que las Sombras del Caos fueron vencidas por los legendarios Felliand19. Se dice que los que sabían utilizarlas tenían un gran poder y podían controlar el destino. «No más que leyendas», pensé.

Hubo una Rogulke que me llamó la atención. Me acerqué y, algo dubitativo,
puse mi mano sobre ella. Creí sentir... algo, un ligero hormigueo, junto con el viento que sopló y trajo un aroma como de cuero y metal. Una pura casualidad de la que me olvidé porque, sin previo aviso, mi hermano me tomó desde atrás, por el cuello y me llevó al centro de la Orkleset. Entonces me soltó, se puso con las rodillas ligeramente dobladas, en posición para luchar y se golpeó el pecho.

—No lucharé aquí, no voy a hacer algo que enfade a nuestro padre —dije.
—Este es el lugar más indicado para luchar. Estás en la Orkleset, nuestros
ancestros te contemplan desde las estrellas, tu honor está en juego —me retó.
Fue muy persuasivo, pero el lugar me seguía imponiendo un gran respeto, por lo
que le di la espalda y me comencé a alejar. Cuando escuché sus pasos fue demasiado tarde, solo pude voltearme para recibir el impacto. Me derribó con la suficiente fuerza para tirarme sin que me lastimara.

—¡Qué bestia eres, Laren!

Hice un gran esfuerzo, pero en cuestión de segundos me tenía inmóvil contra el
pasto.

—Eso no fue algo digno de Larenred “el justo”.

Lo que dije provocó el efecto deseado. Dejó de aplicar fuerza y con mis piernas
lo empujé sobre mí; cayó suave por su abrigo y con extrema agilidad me puse sobre él para someterlo durante unos segundos antes de que me ganara por fuerza. Nos seguimos revolcando un rato, hasta que, cubiertos de tierra, nos dimos la mano.

—Disputa resuelta —dijo sin aire y el cabello revuelto. Entonces reímos.
Después, bajo la mirada de Loisind20 y nuestros ancestros en las estrellas, regresamos al campamento.
Autor
Jesús Güemes Ramírez
Lugar de las asambleas
La destrucción del mundo
Marinero
Invierno
Primavera
Bestia de las Morkoggan
Bestia de las Morkoggan
Líderes
Sirviente de familia de menor rango
Noveno ciclo lunar del año
Mensajeros de Roid-Foreront
Hijo o niño
Protector de la Orden
Segundo ciclo lunar del año
Guerrero
Oveja
Diosa, la que ordena
Runas
Runas del Rey
Seres plenos
Diosa, la mágica